Se trata de la puerta por la que el aire exterior entra en el cuerpo, componiéndose de las fosas nasales, la faringe y la laringe. Como habíamos visto en Anatomía del aparato respiratorio, el punto de división entre las vías aéreas superiores y las inferiores es el inicio de la tráquea, más o menos por detrás de la nuez de Adán (el bulto que se palpa cuando extendemos el cuello más o menos en el punto medio entre la mandíbula y el inicio del pecho, más prominente en hombres).
En general, las vías aéreas superiores son tubos grandes, con anchos diámetros, diseñados para conducir grandes cantidades de aire y soportar presiones elevadas. Al ser la puerta de entrada, son la primera parte del cuerpo en entrar en contacto con elementos dañinos del exterior. Estos incluyen desde virus, bacterias y otros agentes patógenos a sustancias que pueden generar alergias en personas predispuestas (conocidas como alérgenos). Por ese motivo, son también puntos estratégicos donde nuestro sistema inmune "acampa" y vigila constantemente. Eso explica, por ejemplo, la existencia de las famosas amígdalas, que no son más que uno de estos campamentos del sistema inmune. De hecho, estos puestos de vigilancia se organizan formando una línea defensiva en forma de anillo, conocida como Anillo de Waldeyer.
Además, tienen otros mecanismos que ayudan a la defensa de esta zona estratégica. La más sencilla y eficaz es el moco. Esta sustancia viscosa se fabrica y secreta en las paredes de las vías aéreas superiores (¡no solo en la nariz!) y tiene la función de capturar y arrastrar a los agentes patógenos, evitando así su capacidad para generar enfermedad. Por eso cuando nos resfriamos aumentamos su producción.
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